Los estudios clásicos de la Universidad de Yale en 1938 realizados por Dollard, Miller y colaboradores señalan las consecuencias más importantes de la frustración generada por la conducta agresiva. Ellos afirman que cualquier acción agresiva puede ser atribuida en última instancia a una frustración previa. Esto vendría explicado porque un estado de frustración suele tener como efecto la aparición de un proceso de cólera en el individuo, que cuando alcanza un grado determinado, puede producir algún tipo de agresión: directa o verbal.
Explicare la frustración desde dos ópticas distintas y a la vez complementarias. En primer lugar, la agresión entendida como una barrera externa que impide al individuo alcanzar la meta desea y cual consecuencia más inmediata es la agresión, significado adoptado por la Universidad de Yale. Una perspectiva más actual entiende la frustración como una reacción emocional interna que surge ante la contrariedad, de manera que no sólo es necesaria una “barrera”, algo externo que impida alcanzar la recompensa o prive del resultado esperado, para activar conductas agresivas, sino que es necesaria la intervención de elementos cognitivos, es decir, que el sujeto interprete la situación como amenazante. En este sentido el aprendizaje y la experiencia actúan como moderadores de la reacción ante la frustración, así que no siempre se actuara con agresividad ante la privación de la meta deseada; sólo será así cuando la contrariedad se interprete como un ataque personal.
El estado emocional generado es como una red de sentimientos concretos, de respuestas expresivo-motoras, pensamientos y recuerdos, todos tan organizados que la activación de cualquier componente tiende a extenderse, activando otras partes con las que eta vinculado y generando así una movilización general de todo el organismo. Desde esta óptica, la agresión es una forma de respuesta que produce el individuo para reducir la instigación frustrante, tendente a destruir o perjudicar al organismo que la provoca o a un sustituto del mismo.
A partir de los trabajos pioneros del equipo de Yale, son múltiples los trabajos experimentales realizados sobre frustración-agresividad, entre los que podemos citar los siguientes:
Teoría de la frustración Dollard y Miller
Miller en 1,941 plantea la hipótesis de la frustración-agresión y expone que cualquier “bloqueo de meta”, usando su propia terminología, es frustrante, aunque no incluya señales de ataque. Buss en 1966 explicaba que este tipo de frustración hace que el sujeto se enfade sin que llega a ponerse directamente agresivo; para que se produzca una agresión directa es necesario que existan señales de ataque relacionadas con alguna forma de estimulación dolorosa. Además, estas reacciones no son iguales en todos los sujetos, sino que son diferentes según el sexo. En general, los hombres son más agresivos que las mujeres. Asimismo, ha demostrado que la tolerancia al dolor varía con las normas del grupo. Estudios posteriores sobre este tema apoyan la tesis de que sin una estimulación dolorosa la frustración influye poco en la aparición de un comportamiento agresivo.
Bandura y Ross en el año de 1963 realizaron un trabajo sobre la imitación de modelos agresivos, comprobaron así la repercusión que las películas aversivas provocaban en jóvenes de 8-12 años. Entre sus conclusiones destaca que la frustración del sujeto joven no sólo pone en juego reacciones aprendidas observando la conducta agresiva de la película, sino también respuestas aprendidas con anterioridad de un tipo similar a las presentadas en el film. Por tanto, la visión de la película añade un efecto extra a la agresión innata, junto con las respuestas agresivas aprendidas. Los chicos fueron más propensos que las chicas a comportarse de la manera prevista, sugiriendo así la existencia de una agresividad innata como condición previa para la agresión aprendida, y que ésta es mayor en los chicos que en las chicas.
Berkowitz y Rawling en el año 1963 tomaron una perspectiva más amplia de la violencia provocada a través de películas. Comprobaron que una película puede ser considerada como agente frustrante en la medida en que el sujeto se identifique con el atormentado héroe o protagonista de acuerdo con su propio nivel de enfado. Estos mismos autores demostraron la existencia de cierta conexión entre la frustración y la ansiedad. Según Berkowitz el nivel de resistencia de una persona ansiosa a encolerizarse es mucho menor que el de una persona que no padece ansiedad. Otra consideración es el afecto negativo que desencadena la frustración.
De alguna manera la frustración hace que nos sintamos mal, y entonces somos desagradables dando origen a la agresividad emocional. La persona que sufre puede comportarse con mucha dureza incluso con personas inocentes, en parte por el deseo de hacer daño.
Algunas situaciones u objetos reales pueden servir de señal que provoca conductas agresivas; las armas con un claro ejemplo de objeto significativo agresivo, como han demostrado numerosos estudios, pero incluso los pensamientos de acontecimientos desagradables pueden tener este efecto; así, el hecho de recordar un evento desagradable puede activar reacciones agresivas aun cuando la causa real no esté presente.
Los pensamientos pueden mantener viva la hostilidad o por el contrario restringirla; cuando prestamos atención a nuestros comportamientos somos más propensos a actuar de forma socialmente aprobada. De manera que a mayor autoconciencia, mayor autocontrol. Otro aspecto importante que facilita la expresión de la agresividad es la falta de control social, el anonimato o la desindividuacion, ya que el individuo no se percibe como responsable de sus propias acciones como parte integrante de un colectivo.
La asociación con los sucesos aversivos desempeñan un papel importante en la selección del blanco adecuado para recibir el ataque, que en general se dirige hacia aquel que es percibido como la fuente del displacer; pero en ocasiones éste no es alcanzable, y entonces aparece el desplazamiento o búsqueda de un blanco sustitutorio sobre el que descargar la agresividad contenida.
Por ejemplo: “el hecho que alguien pague los platos rotos que alguien más rompió, es un estilo de agresión que puede generar frustración”
Una persona frustrada ha sido anteriormente agredida, en la agresión concurren diversos factores y una cierta predisposición personal unida a la activación de un afecto negativo a través de objetos o sucesos con significado negativo, de objetos asociados con otras fuentes de afecto negativo. Es así como una persona agredida puede llegar hasta la frustración.
Referencia:
Cerezo Ramírez, Fuensanta “Conductas agresivas en la edad escolar, aproximación teórica y metodológica” Connotaciones de la agresividad humana. Ediciones Pirámide. Madrid, España. 2007. Págs. 205