Todo niño que sufre de trastorno de ansiedad generalizada se preocupa por los sucesos cotidianos mucho más que lo que merece la situación o el acontecimiento. Su ansiedad es de nivel bajo y está siempre presente. Se concentra en lo que sucede o lo que está a punto de suceder, en lugar de preocuparse por la posibilidad de padecer un ataque de pánico (como en el trastorno de pánico), por no poder soportar el trayecto en el autobús escolar (como en el caso de la agorafobia), por enfermarse (como en la hipocondría) o por tener que ir a la escuela (como en la fobia escolar). La ansiedad es mucho más general y se considera que es de “fluctuación libre”, como en el trastorno de pánico. Para llegar a un diagnóstico de trastorno de ansiedad generalizada, el niño debe haber sentido ansiedad excesiva y haberse preocupado durante la mayor parte de los días al menos en un lapso de seis meses.
Ansiedad generalizada
La ansiedad debe involucrar una serie de situaciones, ser difícil de controlar e incluir al menos uno de los siguientes síntomas:
- cansarse con facilidad;
- estar irritable;
- sentirse inquieto;
- resultarle difícil concentrarse;
- resultarle difícil conciliar el sueño o permanecer dormido;
- tener tensos los músculos.
Además, la ansiedad o los síntomas físicos deben provocar angustia significativa o una reducción del desempeño cotidiano normal.
En el trastorno de ansiedad generalizada, los síntomas del niño son similares a los del pánico pero son más persistentes y menos intensos. Se piensa que, al igual que el trastorno de pánico, el trastorno de ansiedad generalizada está genéticamente relacionado en algunos casos, de modo tal que el paciente hereda una predisposición a la ansiedad. Puede considerarse que todo niño que lo sufre muestra los siguientes rasgos:
- evita las actividades grupales (por ejemplo, hacer deportes o ir a clubes después de la escuela);
- es perfeccionista;
- está preocupado por su desempeño y sus capacidades;
- está muy ansioso por su conducta y éxito sociales;
- es renuente a concurrir a la escuela o se rehúsa a hacerlo;
- no puede relajarse;
- es muy cohibido;
- no le gusta ser el centro de atención;
- tiene dificultad en hablar en grupos (por ejemplo, en la escuela);
- tiene hábitos derivados del nerviosismo; por ejemplo, comerse las uñas, mesarse el cabello, tamborilear con los dedos de la mano o con el pie;
- duda obsesivamente de sí mismo;
- acusa malestares físicos no relacionados con una situación específica; por ejemplo, dolor de espalda, de estómago o de cabeza, o malestar general;
- necesita que se lo tranquilice de continuo;
- reflexiona sobre lo apropiado de las conductas pasadas;
- desea sobresalir en el ámbito académico, atlético o social;
- se preocupa sobre qué ropa va a ponerse al día siguiente o sobre su aspecto personal;
- se preocupa en exceso por los sucesos por venir.
Referencia: Csóti, Márianna “Fobia escolar, ataques de pánico y ansiedad en niños” 1.ª edicion. Editorial Lumen. Buenos Aires, Argentina. 2011. Pág 69.