Disciplina efectiva: En la actualidad, la mayoría de las personas asocian a la práctica de la disciplina solo el castigo o los correctivos.
La raíz de “disciplina” es la palabra discipulus, que significa “alumno”, “pupilo” y “educando”. Un discípulo alguien que recibe disciplina, no es un prisionero ni un destinatario de castigo, sino alguien que aprende a través de la instrucción. El castigo puede interrumpir una conducta a corto plazo, pero la enseñanza ofrece capacidades para toda la vida.
Es importante considerar la disciplina como una de las aportaciones más afectuosas y educativas que podemos brindar a los niños. Los pequeños han de aprender múltiples destrezas, entre ellas inhibir sus impulsos, controlar los sentimientos de furia o tener en cuenta el impacto de su enfado en los otros. Los niños deben adquirir estos requisitos de la vida y las relaciones, y si pueden procurárselos, como padres estarás haciendo un importante regalo, no solo a tus hijos, sino a la familia entera e incluso al resto del mundo.
La disciplina adecuada aumentar su capacidad de autocontrol, respetar a los demás, tener relaciones intensas y vivir una vida ética y moral.
Disciplina efectiva
En la disciplina efectiva se propone dos objetivos principales. El primero es, evidentemente, lograr que los niños cooperen y hagan lo correcto. En un momento de acaloramiento, cuando el niño tira un juguete en pleno restaurante, se muestra maleducado o se niega a hacer los deberes, solo queremos que se comporte como se supone que debe hacerlo. Queremos que deje de lanzar el juguete. Queremos que se comunique con respeto. Queremos que haga sus deberes.
En el caso de un niño pequeño, alcanzar el primer objetivo, la cooperación, quizá suponga hacer que te coja de la mano al cruzar la calle. Para un niño más mayor, la cuestión tal vez consista en ayudarle a hacer sus tareas de una manera apropiada.
Para muchas personas, la disciplina se trata del único objetivo: conseguir la cooperación inmediata. Quieren que sus hijos dejen de hacer algo que no deben hacer y empiecen a hacer algo que sí han de hacer. Por eso solemos oír a los padres decir frases como “¡basta ya!” o el intemporal “¡porque lo digo yo!”.
En la actualidad sabemos que la mejor forma de ayudar a un niño a desarrollarse es contribuyendo a crear en su cerebro conexiones que producirán aptitudes conducentes a mejores relaciones, mejor salud mental y una vida con más sentido. Podemos denominarlo “construcción cerebral”. La cuestión es crucial a la par que emocionante: como consecuencia de las palabras que usemos y las acciones que realicemos, el cerebro del niño cambiará realmente, y se construirá, mientras pasa por experiencias nuevas.
“Disciplina efectiva” significa que no solo estamos interrumpiendo una mala conducta o favoreciendo otra buena, sino también enseñando habilidades y alimentando, en el cerebro de los niños, las conexiones que les ayudarán a tomar mejores decisiones y a desenvolverse bien en el futuro. De manera automática. Porque así es como se habrá estructurado su cerebro. Estamos ayudándoles a comprender qué significa gestionar sus emociones, controlar sus impulsos, tener en consideración los sentimientos de los demás, pensar en las consecuencias, tomar decisiones meditadas y mucho más. Estamos ayudándoles a desarrollar el cerebro y a volverse personas que sean mejores amigos, mejores hermanos, mejores hijos, mejores seres humanos. Y algún día, mejores padres.