Sinopsis:
Existen momentos en la vida que logran marcarnos de manera permanente. En más de una ocasión nos hemos visto envueltos en problemas cotidianos. Los problemas son momentos desagradables que le sucede a todo mundo, de hecho nadie quisiera pasar por ello. Nadie quisiera ser herido o lastimado, nadie quisiera tener una raíz de amargura que trae desde su niñez hasta su vida adulta y que por desdichada nos quita el sueño. Es posible que nuestro corazón se halla llenado de amargura por una palabra que marco nuestra infancia o adolescencia, más que un dolor físico las heridas que dejan las palabras perduran por toda nuestra vida. Nuestra boca tiene la capacidad de hacer sentir bien y mejorar la estima del otro y también tiene la capacidad para maldecir o herir al otro.
Karla una niña de ocho años de edad, primogénita, fue enviada a tratamiento debido a que parecía experimentar un rechazo abierto hacia personas de su mismo sexo. Los padres estaban preocupados, pero consideraban que lo que le sucedía era una “etapa” hasta que la enviaron con el psicólogo de la escuela. Karla provocaba ansiedad en algunos maestros debido a que rehusaba jugar en el patio con alguien que no fuera de los niños más fuertes y grandes, quienes se aprovechaban de su menos estatura (ella era pequeña para su edad) y no tan fuerte. Ningún daño la hacía llorar, ni desistía de jugar así. El patrón era el mismo en el vecindario. Los padres pertenecían a la clase media, el padre era gerente de nivel medio de una empresa de alimentos. La madre era pequeña, ultrafemenina y no había trabajado desde el nacimiento del hermano menor de Karla, cerca de tres años. Trabajó como secretaria desde la infancia temprana de Karla hasta ese tiempo.
Desarrollo:
Los padres estaban muy emocionados con su hijo, quien parecía un niño de “comercial”, cariñoso, dócil, con mucha disposición y admirado donde quiera que iba. Era “la niña de sus ojos de sus padres”, particularmente de su padre. Karla era justamente lo opuesto desde su nacimiento – “voluntariosa, testaruda y siempre inquieta”. La mama de Karla menciona que pareciera que la naturaleza hubiera invertido los sexos de los niños. Mencionó que no hubo dificultades en el desarrollo de Karla a pesar de todo. Siempre había sido brillante, rápida para aprender, platicadora, sociable con otros niños, y ágil para las actividades físicas, natación, ciclismo y demás. Tenía su temperamento y era rencorosa, lo que la conducía a prolongar su mal humor y acusar a las personas que la percibían como intratable. “amaba realmente” a su hermanito, según sus padres, aunque se ponía de mal humor, vengativa y agresivamente “física” si él la molestaba o los abuelos se deshacían en atenciones con él. Dado que ella era mucho “más grande y fuerte” se preocupaban de lo que fuera a lastimar hubo un alejamiento entre Karla y su padre desde que nació el niño, pero su relación nunca había sido fuerte. Karla tampoco se encontraba muy apegada a su madre.
El tipo de terapia que se utilizó con Karla fue terapia centrada en el cliente para niños. Las pruebas proyectivas confirmaron el rechazo hacia su sexo y una identificación ambivalente con figuras poderosas masculinas. La confusión sobre una necesidad de ayuda y de ser aprobada por hazañas de poder era un tema que se repetía.
Sesiones de juego:
Karla no expreso dudas de si, ni odio por ella al principio de las sesiones. De hecho estaba llena de energía sobre las hazañas físicas que podía realizar. Se mostraba muy competitiva con la terapeuta, organizando juegos para derrotarla. Karla prefería juegos motores bruscos fuera y no cooperaba cuando se le solicitaba que permaneciera en el interior. Tenía muy poco problema para expresar sus sentimientos negativos y rara vez usaba medios encubiertos de comunicación. Sus relatos de la vida en casa, en general, incluían incidentes que “rebajaban” a los miembros de la familia y los hacia parecer como tontos e incompetentes, excepto a ella.
Alrededor de la fase intermedia (16ª. sesión), hablaba de la relación con sus compañeros, y no se comparaba de manera favorable con ellos. Se permitiría usar juguetes de “bebe”, lo que antes no hacía. En un principio, hacia comentarios insultantes sobre los niños que jugaban con tales cosas, pero finalmente sin obtener reforzamiento ni estímulo para tales opiniones, surgieron sus necesidades reprimidas de protección. A medida que las sesiones continuaban, jugaba en una forma más regular con los juguetes de la habitación, jugando inclusive a la “casita” varias veces. Cuando se encontraba en el exterior, se “cayo” (totalmente fingido) en cuatro ocasiones y pidió que se le cargara. Tales momentos se entremezclaban con su habitual, pero menos vigorosa, manifestación de desempeño de “fanfarronada”
En este punto, en una entrevista con los padres, la madre informó que Karla se estaba volviendo insoportable en su vecindario porque ya no quería jugar con los niños, y si no había niños con quien jugar no sabía qué hacer. Tenía pocas amigas de donde escoger ya que no había jugado con ellas antes. Sin embargo, la aceptaban cuando jugaban.
Durante las vacaciones escolares, Karla formaba parte de un grupo de niñas en el vecindario con quienes jugaba regularmente. Rehusaba jugar con los niños e inclusive llego al extremo de permitir que se burlaran de ella al pasar frente a ellos con una carriola de muñecas, retándolos a ver qué podían hacer al respecto. Una madre del vecindario que casualmente presenció la escena la describió como verdaderamente dramática.
Después de 16 sesiones semanales, éstas se sostuvieron sólo sobre una base de mantenimiento cada tres o cuatro semanas, ya que las cuatro últimas, después del incidente anterior, se había vuelto muy rutinarias, con caminatas y hablando acerca de las ardillas u otras cosas a lo largo del camino.
Cuando la escuela comenzó, el caso quedó cerrado. El seguimiento para ver si el regreso a la escuela había restablecido los viejos patrones reveló que Karla tenía un grupo de amistades completamente nuevo, relacionándose con niños y niñas, y desempeñándose muy bien en todos los aspectos. En casa era menos malhumorada, más cooperativa y empezaba a ser “maternal” con su hermanito. Sus abuelos, quienes no sabían de la terapia, estaban sorprendidos de ver que diferente era de la última visita que hicieron en semana santa. El seguimiento en las pruebas proyectivas reveló actitudes saludables respecto a sí misma y respuestas apropiadas a la edad hacia los estímulos. No había evidencias de depresión.
Análisis de Caso:
En menos de seis meses, esta niña desarrollo un nuevo concepto de sí misma, como una persona viable, adorable y capaz. Se aceptó a si misma por lo que era, una niña brillante, atractiva. Fue capaz de abandonar el yo de un seudónimo superfuerte, sin sentimientos, que construyo para compensar lo que debió haber visto como a un lisiado, ser una niña y por lo tanto menos capaz de exigir atención y respeto. Los postulados psicoanalíticos tal vez explicarían las dinámicas en términos de envidia del pene. Los conductistas quizás podrían identicar frecuentes incidentes de reforzamiento inapropiado de la masculinidad, en comparación con pocos reforzamientos para las conductas apropiadas al sexo y edad, dentro de la familia.
Desde la perspectiva centrada en el cliente, parecería que Karla percibía un patrón de reacción diferencial por parte del mundo hacia su hermanito universalmente encantador. Percibía que su femineidad era el factor responsable para que ella no compartiera las recompensas ofrecidas a su hermanito, quien siempre recibió reacciones excesivas de aprobación adulta. Los padres estaban construyendo claramente sus propios yo mediante los atributos de su hijo. Karla se perdió en su revoltura. Dado que el problema de Karla no se hizo agudo cuando nació su hermano o durante los primeros años cuando el niño requiere tanto tiempo de los padres, sino cuando tenía tres años, esto podría sugerir que ella no pudo explicar el encanto de él sobre la base de que era un bebé. En su percepción de las cosas, era la masculinidad la que contaba. La madre comentó también que el padre deseaba encontrar algún deporte para jugar con su hijo cuando fuera mayor. Ninguno de los padres mencionó desear ninguna actividad especial para Karla ni compartían alguna en la actualidad. Karla resolvía el problema de perder en la competencia, tratando de adquirir una imagen supermasculina que aventajara a su hermano dentro de su propio juego. Como resultado de la habilidad de la terapeuta para aceptar todas las facetas de Karla, su furia, mofa, necesidad de regresión y deseo de ser alimentada por un adulto, pudo aceptarlos también. Sin embargo, el yo que surgió al final de la terapia, usando la analogía de Axline de reacomodar las piezas en un caleidoscopio, quedó reorganizado dentro de un nuevo patrón. Este nuevo yo era más realista, tenía el potencial para un mayor reforzamiento social y obviamente satisfacía más a Karla.
Referencia:
Guerney. Louise F. / Terapia de juego centrada en el cliente /