Así es como afecta la depresión en la vida cotidiana

Depresión en la vida cotidiana: Marisa tiene 50 años, pero su aspecto físico revela por lo menos sesenta. Está muy delgada y demacrada; viste de negro, lleva el pelo risado y descuidado; las uñas sucias y mal cortadas. Toda ella desprende un aire de fatiga y cansancio. Marisa comenta:

Hola… bueno… he venido porque el psiquiatra me lo ha dicho, pero la verdad ya no espero nada… creo que no voy a curarme nunca en la vida porque ya llevo tiempo con esto y no salgo adelante. Me siento fatal… una ansiedad que no puedo y un dolor que se me pone en el pecho y me dan muchas ganas de morirme. Ya me han dicho que esto de la depresión es una enfermedad muy rara y que si no la pasas no puedes entenderla, pero yo ya no puedo más y no sé qué hacer…

La paciente, con dificultad y con un discurso lento e interrumpido frecuentemente por el llanto, va relatando su historia. Explica que ella siempre ha sido muy trabajadora, que trabajó muchos años en una fábrica de plásticos, pero la despidieron de mala manera por culpa de la crisis económica. Señala que despidieron a muchos trabajadores y que no tuvieron ningún tipo de consideración con nadie, tampoco con ella, que había dado mucho a la empresa,

trabajando sin quejarme por los malos olores de los plásticos o haciendo horas extras sin cobrarlas… Yo era encargada y la alegría de la fábrica… me llevaba bien con todo el mundo y los jefes me apreciaban. Ahora veo que no, que todo era mentira y que me trataron como a una más. Me sentí pisoteada y humillada…

A esto, que sucedió tres años atrás, se sumó la muerte de su madre, justo unas semanas antes del despido. La relación con su madre no fue fácil:

Mi padre nos abandonó cuando yo era pequeña y mi madre se tuvo que dedicar a trabajar como una loca para sacar adelante la familia… y como yo era la mayor, me tocó hacer de madre de mis hermanos. No tuve infancia ni juventud, siempre trabajando, no pude acabar el colegio ni estudiar y eso que me hubiese gustado. Quería mucho a mi madre pero también le tuve mucha rabia en aquel momento… la verdad, mi vida ha sido un continuo sacrificio y ahora que de mayor estaba un poco mejor me pasa esto y se me muere mi madre. Desde entonces no he levantado cabeza.

La paciente explica que está casada y tiene dos hijos, ya mayores, y que los dos han hecho carrera universitaria. Sus hijos y su marido están bien, y muy preocupados por ella. Han hecho de todo para ayudarla, pero cuando al darse cuenta de que ella no superaba su estado depresivo, se han agobiado mucho. No pensaban que ella, a la que veían fuerte, pudiera caer en una depresión. No padecen problemas económicos, ni de otro tipo:

Lo de trabajar no era tanto por el dinero sino porque me gustaba… pero ahora ya veo que no podré trabajar nunca más, por la edad y por esto que me pasa que, aunque todo el mundo me dice que me recuperaré y que no estaré toda la vida así, yo no lo veo…

La paciente explica cómo se siente. Está triste y desanimada, no ve solución. Las cosas que antes hacía en casa y le gustaban ahora no la motivan. Por ejemplo, a ella le gustaba mucho cocinar platos sofisticados cuando tenía tiempo. Ahora no puede ni preparar la comida diaria, aunque se pasa el día en casa. A veces ni siquiera puede ir a comprar, y cuando su marido la llama a media mañana para ver cómo está la encuentra llorando. Ha perdido mucho peso (antes pesaba unos 70 kilos y ahora está cerca de los 50 kilos) porque come muy poco:

me tienen que obligar a comer, la verdad, como si fuese una niña. El médico de cabecera dice que esto es muy grave y que en nada me ayuda a estar mejor, pero es que no me entra la comida. La verdad es que no puedo hacer casi nada, ni leer porque tengo el libro delante y acabo que no entiendo de que va, lo mismo me pasa con una película… a la mitad ya me he perdido. Duermo fatal… eso es de las cosas peores y las pastilla no me hacen efecto. Me voy a dormir y ya pienso: «otra noche más, que horror…», la verdad es que no sé cuánto tiempo podré seguir así. Pero lo peor no es cuando me voy a dormir sino que me despierto muy pronto por la mañana… bueno, por la mañana no, sino a las cuatro o cinco de la madrugada y no pudo dormir más… eso es lo peor… me desespero y desespero a mi marido que duerme a mi lado y se despierta porque me oye llorar. No sé si es por esto o qué, pero por las mañanas estoy peor… parece que por las tardes tengo menos ansia, aunque tampoco para tirar cohetes…

Ha pensado en quitarse la vida, en acabar con todo, pero también en que no les puede hacer eso a sus hijos y a su marido que no se lo merecen. Ellos la quieren y se han esforzado, la han llevado de viaje, un deseo que ella siempre tuvo y nuca pudo cumplir; la han cuidado y llevado al médico, están por ella, aunque ella insiste en que «nada me alivia y nadie sabe qué hacer».

Durante estos tres años de calvario Marisa visitó primero al médico de cabecera, quien la envió a una psiquiatra. La medicación que le dio no le sentó nada bien y la cambiaron por otra. Después fue a ver a un psiquiatra de prestigio que la diagnosticó de «depresión endógena». Este le cambió de nuevo la medicación y mejoró al principio, pero luego, aunque aumentaron las dosis, ya no tanto. Al cabo de dos años de tratamiento con pocos resultados, el médico le propuso efectuar terapias de corriente, «shocks o algo así me dijo… pero mi marido no lo ve claro y yo no sé qué decir… la verdad, ya todo me da igual… He venido aquí porque otro médico me lo ha dicho, pero no sé si vale la pena hablar de todo esto… hablar tampoco me curará…

depresión en la vida cotidiana