La personalidad es la esencia de cada persona, cuando menciono que es una esencia me refiero a que lleva un proceso de construcción que inicia desde el vientre materno hasta el último día de vida de la persona.
La personalidad es la combinación de todas las funciones y actitudes adquiridas a lo largo del tiempo en donde el desarrollo afectivo, psicomotor y del lenguaje juegan el papel más importante, de tal manera que la personalidad es una característica del ser humano.
Del nacimiento a los seis meses:
Como adultos vemos a un bebe como una persona fascinante y encantador, sin embargo él no puede distinguirse de los demás, de hecho no puede pensar en sí mismo o en algo aparentemente sencillo como el “YO”. Esto debido a su inmadurez neurológica.
Desarrollo:
De los seis a los doce meses:
Dentro de este tiempo la constitución del “YO” del bebe vive su experiencia fundamental descrita por Jacques Lacan como “fase del espejo”. Durante la fase del espejo la mente del bebe identifica, en la imagen que el espejo le devuelve, la figura de YO. Por primera vez, en esa experiencia visual, el niño se reconoce a si mismo distinto, independiente del cuerpo de su madre y uno.
Es decir, no una serie de imágenes fragmentadas de sí mismo (manos, cuerpo, etc.), sino como un todo. Si la unidad de su cuerpo es un hecho físico incontrovertible, no lo es tanto la identificación de su YO como representante exclusivo de todo su mundo mental. La experiencia psicoanalistica ha mostrado de qué modo… tanto la función del YO… como lo que queda fuera de la conciencia (inconsciente) no pueden ser incluidos en el YO. De manera que para el bebe..El Yo es una ilusión que no deja de funcionar, gracias a la experiencia primordial, el bebe puede iniciar sin problemas el proceso de separación de su madre. En efecto, ahora puede pensar “YO” y “los otros”, diferenciarse con precisión de lo exterior de esta manera. Por lo tanto, durante este tiempo el Yo no deja de ser una construcción ilusoria. Sin embargo sirve para que le niño pueda diferenciarse de los “otros” y de todo lo exterior.
Individuación y Socialización:
La socialización surge de la individuación preliminar y se amplía con las habilidades motrices, las experiencias sensoriales y la memoria. Sin embargo, la socialización inicia cuando el bebe a descubierto que las personas y las cosas no son “Yo”, gracias al reconocimiento de sí mismo que sucede entre los seis y los dieciocho meses.
Lenguaje y Personalidad:
La ultima dimensión que cabe señalar como fundante de la estructura de la personalidad del niño es la que aporta el orden simbólico, representado por el lenguaje. Cuando el niño se introduce en la palabra ya se ha destacado con insistencia esto mismo en el capítulo sobre el lenguaje, sus relaciones con las cosas, con el mundo, varían: de hecho, las palabras modifican la percepción de las cosas, puesto que siendo sus representantes mentales, no son las cosas mismas.
La dimensión de lo intersubjetivo, es decir, las convenciones que permiten que una palabra cualquiera pueda referirse, para dos personas distintas, a la misma cosa, entra en escena con mayor fuerza. Esa dimensión intersubjetiva es la que se designa como orden simbólico del lenguaje, que existe, está fijado y funcionando, antes de que el niño penetre en él. Cuando lo hace, por tanto, su mundo mental adquiere una nueva dimensión que, sin duda, le acerca significativamente al de los adultos.
Imaginario, Simbólico y Real:
Las relaciones del niño con los objetos no son inicialmente simbólicas, sino mantenidas dentro de una realidad que para él se limita a la presencia o ausencia de las cosas. El lactante nace en un mundo gobernado por el orden simbólico, representado por el lenguaje. Sin embargo, sus relaciones con los objetos no pueden, durante los primeros meses de vida, simbolizarse: se mantienen en el orden de lo real. Lo real no es la realidad (tal como los adultos la entendemos) sino la plenitud, la unidad total y absoluta de los objetos: no hay palabras para nombrarlos ni imágenes persistentes en la memoria para evocarlos. Están o no están, y ahí acaba todo.
La situación en la que se encuentra el lactante ante lo real es de absoluta indefensión. No puede relacionarse con los objetos, es absolutamente impotente frente a su presencia o ausencia. Esto explica su ansiedad por no perderlos; es decir, por permanecer constantemente junto a ellos. El curso de su pensamiento está estructurado únicamente por el deseo, a su vez regido por el principio del placer. Los encuentros placenteros con lo deseado, el pecho, la caricia, el biberón, etc. Es lo único que puede aproximarle a una arcaica y muy primitiva noción de “personalidad”. Pero su manera de razonar es aún muy lejana de la del adulto.
Me parece que cabe decir lo que mencionaba Donald Winnicott: “Si en el momento preciso en el que el lactante tiene hambre la madre le ofrece el pecho, si le permite tomarse el tiempo debido y explorar con la boca y las manos, tal vez con su olfato, el bebe crea exactamente lo que se presenta. Tiene una ilusión de que ese pecho real ha sido creado a partir de su necesidad y su deseo. “
En el desarrollo de la personalidad se debe de reconocer desde el primer momento, de manera que desde la lactancia él adquiere funciones psíquicas, algunas de ellas inconscientes, otras no, que configuran, paso a paso, su relación con el mundo.
Algo importante es que no debemos de buscar distintivos en la formación del carácter o temperamento, sino la estructuración del mundo mental del niño en distintos planos, que solo pueden unificarse bajo el concepto de sujeto. El lactante, en efecto, pasa de ser un individuo, uno más de la especie humana, a convertirse en persona, en un sujeto obligado a las leyes del lenguaje, participe de un mundo de creación y recreación imaginaria, exiliado para siempre de la esclavitud de lo real.
Referencia: Biblioteca Practica para educadores / “Pedagogía y Psicología infantil” / Cultura, 1997