Una gran cantidad de experimentos han demostrado que los bebés se interesan progresivamente en estimulos cada vez más complejos, es decir más irregulares que regulares, más asimétricos que simétricos, que impliquen una cantidad de informaciones cada vez mayor: los miran más. Del mismo modo, se ha demostrado que existe un óptimo de novedad: los bebés no se fijan en aquello que conocen demasiado bien, como si estuvieran saturados de ello, ni en lo que es demasiado nuevo para ellos, como si no pudieran relacionarlo con lo que ya conocen.
Desde la primera infancia, los bebés han adquirido conceptos fundamentales: la noción de objeto, las relaciones espaciales, la causalidad…
Bebés se acostumbran
Estas experiencias ponen en evidencia las capacidades precoces de los bebés para discriminar, es decir, para identificar las diferencias entre los estímulos. Pero también son capaces de una forma elemental de categorización, es decir, de encontrar lo que es idéntico o común más allá de las diferencias. Así, es posible familiarizar a los bebés de cuatro meses con imágenes que representen diferentes frutas o rostros de mujer: se acostumbran; se les presenta entonces un estímulo que no pertenezca a ninguna de esas categorías y se comprueba que reaccionan a la novedad, que su interés se manifiesta de nuevo: se han percatado de que el nuevo estímulo no presenta las características comunes a los elementos de la categoría anterior. Los bebés aprenden muy pronto a clasificar acontecimientos, lo que tiene especialmente el efecto de reducir la complejidad del entorno, de permitir la identificación de los objetos y de disminuir la necesidad de constantes aprendizajes.
Bebé anticipa
En el año 1978 el psicólogo inglés Bower comprobó que los recién nacidos son capaces de anticipar colisiones: si, a través de una pantalla de proyección, se les hace ver una placa giratoria de manera que la punta más saliente parezca golpear a los bebés en la cara, éstos apartan la cabeza tanto como les es posible, se defienden, guiñan los ojos, lloran, como si pensaran que el objeto va a golpearlos realmente. Saben hacer también la diferencia entre un objeto que parece tener una trayectoria amenazante y otro que no hace más que pasar cerca de ellos: tratan de evitar al primero, no al segundo. Es posible ver en estos comportamientos la manifestación de una capacidad innata para percibir el espacio en tres dimensiones.
Bebé y la magia
A las doce semanas, los bebés manifiestan una reacción de sorpresa cuando una pantalla vertical pasa lentamente frente a un objeto colocado frente a ellos y después desaparece; no muestran esta reacción de sorpresa cuando el objeto permanece en su lugar: Bower deduce de ello que el objeto sigue existiendo para los bebés, incluso cuando éste ha desaparecido, y esto efectivamente mucho antes del estadio de permanencia del objeto, definido por Piaget hacia los 9 meses.
Los inicios de la socialización
Desde su nacimiento, el bebé establece contactos con su entorno. La mayor parte de los estímulos que recibe provienen de seres humanos: está muy atento a los rostros, vuelve la cabeza hacia una persona que habla, estableciendo de esa manera un contacto visual con ella. A unos cuantos días de vida, puede distinguir el olor de su madre del de cualquier otra persona, y es ya muy sensible a los contactos físicos y a las caricias que con frecuencia lo tranquilizan y hacen que cese su llanto.
Danza y palabra
Otros comportamientos sociales aparecen igualmente de manera muy precoz, en forma de danza motriz sincrónica del recién nacido: se trata de movimientos de acercamiento y de alejamiento, al ritmo, por ejemplo, de la palabra de su madre. Al mismo tiempo, la madre regula su comunicación con el niño basándose en sus movimientos de cabeza y ojos, acentuando las expresiones de su rostro cuando él la mira y dejando de interactuar cuando su mirada se vuelve hacia otra parte.
Referencia: Gaonach, Daniel; Caroline Golder. “Manual de psicologìa para la enseñanza” Ediciones Siglo veintiuno. Mexico, D.F. 2005. Pàg. 187