El uso del castigo físico en los niños es polémico y algunos expertos creen que castigar puede generar una conducta agresiva en los menores. Otros creen que el castigo puede generar traumas, o puede reforzar la conducta inapropiada empeorando así las cosas. Desde mi punto de vista, creo que el castigo puede ser eficiente dependiendo de la magnitud que se aplique. Castigar no necesariamente implica golpes físicos o brutales, más bien es una manera de dar a entender al niño que su conducta es inapropiada.
Por ejemplo: muchos padres recurren a las nalgadas u otra forma de castigo físico para desalentar comportamientos no deseados. Es indudable que el castigo físico es una técnica eficaz para reducir la frecuencia de una respuesta no deseada. Pero no en todos los casos puede ser efectivo.
El castigo en niños
Las nalgadas son una forma de castigo que entienden incluso los niños más pequeños, y si se emplea de manera correcta puede modificar la conducta con eficacia. Sin embargo, el uso del castigo físico es polémico. Mucha gente considera que golpear a un niño no tiene justificación en ningún caso. Algunos estudios han sugerido que los niños que reciben golpes pueden desarrollar problemas emocionales como agresión y estrés, aunque otras investigaciones han encontrado que el uso ocasional de nalgadas leves no causa daños permanentes. El debate en sí es muy acalorado. De vez en cuando los medios de comunicación informan de casos de padres que enfrentan procesos judiciales por abuso infantil por golpear a sus hijos.
En Estados Unidos por lo general sólo se lleva a juicio a los padres por golpear a sus hijos de manera repetida, pero en Suecia está prohibido cualquier castigo corporal a los niños, incluso por los padres. Por lo tanto, el dilema del castigo también depende en gran medida de la cultura en la que se vive.
Como psicólogo creo que el castigo no tiene que ser doloroso para ser eficaz. Un regaño es una forma de castigo positivo que no causa daño físico; los castigos negativos incluyen tiempo de castigo, retirar el permiso para salir o suspender la mesada. Los padres pueden recurrir a estas formas de castigo para evitar los golpes, pero aún queda el problema de la dificultad para aplicar el castigo de manera eficaz.
Por otro lado, si luego de aplicar un castigo moderado el niño persiste con la conducta indeseada, es tiempo de llevar el castigo a otro nivel. En el que sí se puede aplicar por ejemplo: una nalgada, no se trata de golpear frecuentemente al niño sino solamente una para darle a entender que su conducta está empeorando. Por ejemplo, tal vez conozcas a un niño cuya conducta indisciplinada persiste a pesar de las estrictas medidas disciplinarias, como si el castigo incrementara la probabilidad de la respuesta en lugar de disminuirla. De ser así, las medidas disciplinarias estarían funcionando como reforzadores no como estímulos punitivos.
De manera que no se trata simplemente de aplicar un castigo, sino también observar todo aquello que implicaría posteriormente, así se puede saber si el castigo está siendo efectivo o solamente esta funcionado como un reforzador de la conducta del niño.
El caso de Tom
Los padres de Tom están muy ocupados en su trabajo y el niño debe competir por su atención con sus hermanos mayores. Cuando Tom se porta bien sus hermanos suelen obtener más atención de sus padres; pero cuando rompe la porcelana, pelea con los hermanos o provoca problemas en la escuela, la atención de los padres se enfoca en él. Aunque los padres crean que lo están castigando, en realidad están reforzando su mal comportamiento al brindarle atención cuando se porta mal.
Pero, ¿qué se debe hacer?
Una aproximación es castigar la conducta indeseable sin hacer tanto alboroto, de este modo el infractor obtendrá menos atención y menos reforzamiento por la mala conducta. Al mismo tiempo, las conductas indeseables pueden reducirse por medio del reforzamiento diferencial de conductas alternativas.
En vez de mantener un castigo permanente los padres deben tratar de darle reforzamiento positivo por su buena conducta. Esto significa que deben dedicar más tiempo y esfuerzo a prestar atención a su hijo, en especial cuando se porta bien.
No soy de la idea de usar modificadores o reforzadores de conducta, pero en algunos casos es necesario aplicarlos. Aún así, el padre o educador debe saber cómo aplicarlos, de lo contrario en vez de disminuir la conducta indeseada la estaría reforzando.
Referencia: Mark A. Gluck; Eduardo Mercado; Catherine E. Myers. “Aprendizaje y memoria Del cerebro al comportamiento” McGRAW-HILL/INTERAMERICANA EDITORES, S.A. DE C.V. MEXICO. 2009. Pág. 302