Introducción.
Este libro es una ampliación de mi trabajo “Transitional Objects and Transitional Phenomena” (1951). Ante todo quiero volver a formular la hipótesis básica, aunque ello constituya una reiteración. Luego deseo presentar desarrollos posteriores que se produjeron en mi propio pensamiento y en mis evaluaciones de materiales clínicos. Cuando lanzo una mirada retrospectiva a la década pasada me siento cada vez más impresionado por la forma en que la conversación psicoanalítica que siempre se desarrolla entre los propios psicoanalistas y la bibliografía descuidaron esa zona de conceptualización.
Pareciera que se hubiese olvidado ese territorio del desarrollo y la experiencia individuales, a la vez que se concentraba la atención en la realidad psíquica, que es personal e interior, y en su relación con la realidad exterior o compartida. La experiencia cultural no ha encontrado su verdadero lugar en la teoría empleada por los analistas en su trabajo y su pensamiento. Por supuesto, se observa que esta, que se puede describir como zona intermedia, ha sido reconocida en la obra de los filósofos. En teología adquiere una forma especial en la eterna controversia respecto de la transustanciación. Aparece con toda su fuerza en los trabajos característicos de los llamados poetas metafísicos (Donne, etcétera). Mi propio enfoque deriva de mi estudio de los recién nacidos y los niños pequeños, y cuando se considera el papel de dichos fenómenos en la vida del niño es preciso reconocer el puesto central que ocupa Winnie the Pooh;11 de buena gana agrego una referencia a las tiras cómicasde Peanuts12 por Schulz. Un fenómeno universal, como el que considero en este libro, no puede encontrarse, en rigor, fuera de la esfera de quienes se ocupan de la magia de la vida creadora e imaginativa.
Me ha tocado en suerte ser un psicoanalista que, quizá debido a que antes había sido pediatra, intuyó la importancia de ese universal en la vida de los pequeños y los niños, y quiso integrar sus observaciones a la teoría que constantemente estamos desarrollando.
Creo que ahora se reconoce en general que lo que estudio en esta parte de mi trabajo no es el trozo de tela o el osito que usa el bebé; no se trata tanto del objeto usado como del uso de ese objeto. Llamo la atención hacia la paradoja que implica el uso, por el niño pequeño, de lo que yo denominé objeto transicional. Mi contribución consiste en pedir que la paradoja sea aceptada, tolerada y respetada, y que no se la resuelva. Es posible resolverla mediante la fuga hacia el funcionamiento intelectual dividido, pero el precio será la pérdida del valor de la paradoja misma.
Una vez que se la acepta y tolera, tiene valor para todos los individuos humanos que no solo viven y habitan en este mundo, sino que además son capaces de ser enriquecidos infinitamente por la explotación del vínculo cultural con el pasado y el futuro. Esta ampliación del tema básico es lo que me ocupa en este libro.
Al escribir este volumen sobre los fenómenos transicionales descubro que sigue resultándome molesto ofrecer ejemplos. Esa molestia obedece a la razón que ofrecí en mi trabajo primitivo: los ejemplos pueden comenzar a identificar ejemplares e iniciar un proceso de clasificación de tipo artificial y arbitrario, en tanto que yo me refiero a algo que es universal y posee una variedad infinita. En cierto modo se parece a la descripción del rostro humano.
Cuando lo describimos en términos de formas, ojos, nariz, boca y orejas, aunque sigue en pie el hecho de que no existen dos caras exactamente iguales, y que muy pocas son siquiera parecidas. Dos caras pueden asemejarse cuando se encuentran en reposo, pero en cuanto se animan son distintas.
Sin embargo, a pesar de mi aversión, no deseo omitir por completo esa clase de aporte. Como estos temas pertenecen a las primeras etapas del desarrollo de todos los seres humanos, existe un amplio campo clínico que espera ser explorado. Un ejemplo de ello sería el estudio de Olive Stevenson (1954), que se realizó cuando esta era estudiante de pediatría en la Escuela de Economía de Londres. El doctor Bastiaans me informa que en Holanda es ya una práctica corriente que los estudiantes de medicina incluyan una investigación de los objetos y los fenómenos transicionales cuando hacen la historia clínica de los niños y sus padres. Los hechos son aleccionadores.
Es claro que los datos que se obtengan tienen que ser interpretados, y para usar a fondo las informaciones ofrecidas o las observaciones efectuadas en forma directa, acerca de la conducta de los bebés, es preciso ubicarlas en relación con una teoría. De ese modo, los mismos hechos pueden tener un significado para un observador y uno distinto para otro.
Pero este es un campo promisorio para la observación directa y la investigación indirecta, y de vez en cuando los resultados de las investigaciones que se realizan en este campo limitado llevan a un estudioso a reconocer la complejidad y la importancia de las primeras etapas de la relación de objeto y la formación de símbolos.
Conozco una investigación formal de estos temas y quiero invitar al lector a prestar atención a las publicaciones que surjan de ella. La profesora Renata Gaddini, en Roma, lleva a cabo un complicado estudio de los fenómenos transicionales, para lo cual utiliza tres agrupamientos sociales distintos, y ya ha empezado a formular ideas basadas en sus observaciones.
Encuentro valiosa la utilización, por la profesora Gaddini, de la idea de los precursores, que le permite incluir en el tema los primeros ejemplos de succión del puño, el dedo, el pulgar y la lengua, y todas las complicaciones que rodean el uso de un muñeco o un chupete. También ha introducido en el tema la acción de mecer tanto el movimiento rítmico del cuerpo del niño como el balanceo de la cuna y el efectuado por la persona que lo tiene en brazos. El mesarse de los cabellos es un fenómeno afín.
Otro intento de elaborar la idea del objeto transicional es el efectuado por Joseph C. Solomon, de San Francisco, cuyo trabajo “Fixed Idea as an Internalized Transitional Object” (1962), introdujo un nuevo concepto. No sé muy bien hasta qué punto estoy de acuerdo con el doctor Solomon, pero lo que importa es que cuando se tiene a mano una teoría sobre los fenómenos transicionales es posible mirar con ojos nuevos muchos problemas antiguos.
Mi contribución en este aspecto debe ser vinculada con el hecho de que ahora me encuentro en condiciones de realizar observaciones clínicas directas de bebés, que han constituído, por cierto, la base de todo lo que incorporé a la teoría. Pero todavía sigo en contacto con las descripciones que los padres pueden ofrecer de sus experiencias con sus niños, si sabemos concederles la oportunidad de recordarlas a su manera y en su momento.
También sigo en contacto con las referencias de los propios niños a sus objetos y técnicas significativos.