Estructura psicológica de una  fobia

Por “fobia” daré a entender al miedo persistente, exagerado y poco explicable producido por la sola presencia de un determinado objeto, persona, animal o lugar.

Algunas personas le tienen miedo a zonas oscuras, animales, jardines de infantes, colegio, entre otros. Aunque las personas tengan fobia a algún objeto, persona o lugar, no necesariamente tienen relación directa con el objeto de elección que pueda justificar la acción fóbica. Es decir que las personas que tienen fobia alcanzan de manera natural una carga de representación que les genera fobia.

Estructura de una Fobia

Cuando hablo de fobia, me refiero a un mecanismo de defensa “instalado” en el aparato psíquico. En teoría la instalación de esta fobia tendría que buscar algún alivio en el niño de una angustia desbordante, producto de un conflicto insoportable y que no puede resolver.

La fobia es entonces un conflicto intrapsíquico entre dos instancias internas que la mente del niño no puede solucionar, lo que convierte una situación sin salida. Cuando la mente de un niño no puede solucionar algo su psiquismo pone en marcha un mecanismo fóbico de defensa, que consiste en desplazar de la mente una de las partes del conflicto, de modo de volverla extrapsíquica. Así entonces, el aspecto perseguidor se proyecta afuera y es depositado en un objeto, que pasa a ser el objeto que genera fobia. (animal, zona oscura, personas, y todo lo que pueda generar fobia)

Al formarse una fobia se produce cierto alivio, ya que es más fácil defenderse de un perseguidor externo, del cual uno se puede alejar, evitar o de algún modo controlar, que defenderse de un perseguidor que provenga del mundo interno.

Ejemplo de fobia

La madre de un niño de 3 años está embarazada, o bien acaba de tener un bebé. Tanto la madre embarazada como el recién nacido reciben un tratamiento afectivo ambivalente por parte del niño; momentos de mucha ternura y amor, de protección hacia la mamá o el hermanito, se alternan con otros de rechazo y de agresión, fruto de los celos, la rivalidad y el temor a dejar de ser querido. Esta ambivalencia amor-odio es el resultado de la confrontación de dos deseos contrapuestos que generan el conflicto interno.

Para eludirlo, la mente del niño apela al siguiente mecanismo: la carga de odio es proyectada afuera y depositada en un objeto del entorno que al recibirla se convierte en un objeto malo, agresor. Ese objeto puede indistintamente ser un animal, el jardín de infantes, un amigo, etc., que pasa a ser temido por el niño.

La aparición de la fobia alivia su ansiedad y resuelve parcialmente el conflicto interno, porque queda internalizada la carga de amor hacia la madre embarazada o hacia el recién nacido.

Dado el carácter inconsciente e irracional de este mecanismo, pretender explicar al niño que no hay nadie dentro del armario o debajo de la cama, que el perro no muerde, o que todos lo quieren mucho, es inútil. El niño es incapaz de hacer consciente el mecanismo de desplazamiento del perseguidor.

Es muy importante ser respetuosos y tolerantes al tratar con un niño que padece una fobia. Nunca hay que minimizar la situación, menos aún ridiculizarla o burlarse de sus temores.

La evolución de una fobia por lo general es benigna, suele durar un tiempo corto y tiende a extinguirse espontáneamente. En un porcentaje reducido de casos se agrava y generaliza, extendiéndose a otros espacios u objetos.

Durante los primeros años de vida, la mayor parte de los niños presentan miedos ante diversas situaciones que provienen del entorno y que son generadoras de angustia. Si bien son naturales, los miedos infantiles muy pronunciados o permanentes son capaces de desarrollar rasgos fóbicos que pueden llegar a bajar el desempeño social y el rendimiento académico. En estos casos es necesario hacer una consulta y un psicodiagnóstico para evaluar la necesidad de un tratamiento.

Referencia: Rinaldi, Guillermo “Escuchemos al niño: cómo comprender y responder los mensajes infantiles” Los miedos y las fobias. Ediciones Granica. Buenos Aires, Argentina. 2005. 152 págs.