La Adiccion al Juego

El fenómeno de la adicción al juego no es un fenómeno nuevo, los excesos y el descontrol en la conducta de juego han acompañado al hombre a lo largo de su historia. Por ejemplo, se ha llegado a decir que el juego contribuyo a la caída d e las tribus germánicas bajo la invasión romana: los  jugadores apostaban a sus mujeres, a sus hijos e incluso su propia libertad, ofreciéndose ellos mismos como prisioneros. El jugador de dados estuvo presente de forma preocupante  también durante las cruzadas (el rey Ricardo Corazón de León ordenó a sus hombres que restringieran el juego de los dados entre sus tropas); cuatro siglos mas tarde, los monarcas ingleses se encontraron con serios problemas por mostrar patrones de conducta que incluían juegos con dinero (Enrique VIII perdió las campanas que colgaban de la torre de la Catedral de San Pablo).De hecho, muchos hombres famosos han tenido problemas con el juego. Parece que los emperadores Claudio, Nerón y Calígula eran aficionados a jugar grandes sumas de dinero a los dados. La afición de Dostoevsky por la ruleta era conocida y considerada necesaria para su creación artística: era durante los periodos de desesperación y humillación tras una perdida cuando era más capaz de escribir. Igual que sucedía con el compositor Richard Wagner cuando se gastaba el dinero de la pensión de su anciana madre en el juego.

Una de la mas lucidas aportaciones al campo del juego patológico ha sido la obra de Fernández-Montalvo y Echeburùa (1996) estos autores ofrecen un completo manual de ayuda al jugador, con instrucciones claras y sencillas, y, sobre todo, con un amplio respaldo de investigaciones científicas, que lo convierten en una consulta imprescindible para terapeutas, para entender las ideas principales de la terapia del juego.Existen sectores de la población que continúan considerando al juego como un defecto moral, como un vicio, como un pecado, como una muestra de fuerza de voluntad… sin embargo, son los menos. Gracias sobre todo a la atención que se les ha prestado en los medios de comunicación, cada vez hay más gente consciente de que el jugador necesita ayuda para superarlo y no es el único responsable de su problema.

Hoy ya sabemos que el problema del juego no es un vicio normalmente, el jugador sufre mucho con su problema, sobre todo con la sensación de no poderlo controlar. Y sabemos que en la gran mayoría de los caso necesita del apoyo de otros para superarlo y no puede dejársele solo.Así las cosas el problema del jugador solo salía a la luz cuando ya había llegado al final del declive, cuando ya no podían empeorar más las cosas. Normalmente el proceso del juego llevaba a la ruina, a problemas con la justicia, al abandono familiar o al suicidio; cuando se reconocía el problema( el vicio) la única solución era apelar a la sensibilidad del jugador, a su sentido ético, a su responsabilidad, a su culpabilidad, y el jugador hacia promesa de abstención del juego, de no volver a jugar nunca más, de no volver a mentir, de no volver a engañar… promesa que, por lo general, nunca se cumplían.Se ha pasado de considerar el juego como un defecto moral a considerarlo como una enfermedad o como un síntoma de una enfermedad subyacente; este cambio de enfoque ha sido positivo, por lo menos los jugadores ahora no se esconden avergonzados y ya tienen la posibilidad de pedir ayuda.

Sin embargo la adicción al juego no es una enfermedad. Y tampoco es una manifestación de una enfermedad del sujeto, la adicción al juego es un problema, un grave problema psicológico.

En círculos psiquiátricos se clasifica como un “trastorno del control de los impulsos” en los círculos psicológicos en considerado como una” adicción pura”, una “adicción psicológica” como una “adicción conductual” perro no es una enfermedad.Si existiera la enfermedad del juego el sujeto que la padeciera no tendría otra posibilidad que padecerla, independientemente de su voluntad; no tendría posibilidad  de control. Como mucho, tendría la posibilidad de alejarse para siempre del juego, ya que cualquier contacto con él, aunque fuera un inocente “parchis” con sus hijos, desencadenaría todo el problema de nuevo, el jugador no seria responsable ni de empezar a jugar, ni de desarrollar una conducta excesiva de juego, ni de, por supuesto, controlarla para dejar de jugar o jugar de forma controlada. Es un enfermo, un ser pasivo que padece una dolencia.Pero la adicción al juego es algo más que jugar mucho dinero o mucho tiempo o jugar más que los sujetos que no la parecen, “es jugar distinto”, es decir, el asunto radica en una palabra clave, en el CONTROL: la gran deferencia entre el juego de un adicto y el juego de cualquier otra persona, es que esta ultima controla su conducta de juego ( es capaz de establecer unos limites de tiempo y de dinero y cumplirlos. Sabe decir “basta”, sabe parar, sabe detener su juego en cualquier momento).Pero hay mas rasgos importantes, hay un fenómeno que explica en parte el por que de ese descontrol, y que, en opinión unánime de todos los jugadores con los que he hablado, marca su diferencia entre sus primeros contactos con el juego y el momento en que el jugador empieza a tener un problema, ese fenómeno se llama “ LA CAZA”.

La caza consiste en jugar, no como diversión, o como distracción, sino con  la intención de recuperar el dinero  perdido en el juego, cuando el jugador empieza jugar con esta motivación, empieza depender del juego. La caza lleva a incrementar la intensidad de las apuestas y la frecuencia de estas. Esto lleva al jugador a meterse en una espiral de pérdidas, apuestas mas intensas, ocasionalmente alguna ganancia esporádica, pero que no es suficiente para saldar su deuda.Lo que mejor distingue a un jugador social de un adicto al juego es  la sensación de que el juego esta afectando su propia vida, esta haciéndole menos feliz; el jugador que empieza a traspasar el límite de lo normal comienza a sentirse preocupado por su conducta de juego, aunque no suele superarlo hasta que no supera su adicción.

Fuente de consulta: (Transcrito de: Para comprender la adicción al juego – María Prieto Ursúa- Editorial Desclèe. 1999).